jueves, 12 de mayo de 2011

Todos Narramos... y el diseño también (parte I)

Por Iris Deneth Ayala




Para Aristóteles el hombre es un animal político por
naturaleza. Esa fuerza natural hacia la reproducción y la
conservación lo lleva a vivir en unidad, a generar núcleos
(familia, aldeas, ciudades – estado). Para posibilitar esos
vínculos ha empleado muchos recursos, entre ellos, uno
que solo él posee: la palabra.
Es gracias a esta que el hombre puede acortar las
distancias entre sus semejantes, externar sus ideas y
pensamientos, deliberar sobre lo que le parece correcto
o incorrecto, le permite juzgar y valorar.
Cuando Aristóteles se refiere al hombre como ente social,
hace notar la diferencia entre la voz y la palabra, dónde
la primera le sirve para expresar sensaciones, propia
de todo animal por ser algo sensorial, mientras que la
segunda es el resultado de un trabajo de logos, que lo
convierte en un ser racional y hace posible la socialización
con otro ser igual.
Cierto que este recurso hasta nuestros días, es un
elemento que permite al hombre externar lo que
entiende por realidad, y no solo eso, además le otorga la
oportunidad de compartir experiencias. Es decir, es parte
de un sistema más complejo: la comunicación.
A lo largo de la historia, no solo se ha llevado a cabo
el acto comunicacional mediante el uso de la palabra.
Se desarrollaron otros medios de representación, la
pintura y posteriormente la escritura, siendo esta última
un sistema convencionalizado de trazos que guardan
relación con la fonética de las palabras e intentan al igual
que ellas transmitir información.
“…las palabras guardan una relación más bien
pragmática con respecto a las situaciones
comunicativas, son convencionales pero la cultura
les otorga un sentido, y los signos gráficos o los
ideogramas realizan esa misma función sólo que
con otros dispositivos físicos” (Tapia, 2004)
Pese al desarrollo de dichos artificios para hacer más
prácticos los procesos de comunicación, como lo comenta
Alejandro Tapia, y bajo la consideración del hombre
como ser racional, la palabra (sea fonéticamente o por
escrito) es parte importante para muchos fines sociales
tales como: el fomento de valores, ideologías, incluso
para explicarse a sí mismo ó a los demás lo que define
como realidad, los sucesos que acontecen a su alrededor.

Si bien la preocupación del hombre por compartirse con
otro ser, lo ha motivado a desarrollar diferentes medios
que faciliten llevar a cabo dicha encomienda. Ninguno de
estos, ha dejado de lado el uso de una de las herramientas
con la que se cuenta desde el inicio de los tiempos, para
interrelacionarse: el cuerpo.
Tal vez, los individuos dejaron de dar importancia
a esta herramienta en la actualidad porque es algo
que no representa originalidad, innovación, un reto
mental; puesto que se nace con ella, es parte de su
ser, y se considera que no hay nada más que descubrir
al respecto. Al contrario de la fabricación de objetos
que constantemente aparecer para “resolver” lo que el
hombre necesita para “eficientar” su vida.
Suele subestimarse la importancia que muchas cosas
siguen teniendo en nuestro transcurrir diario, las razones
pueden ser variadas, entre ellas una que por la época de
los 80’s un filosofo educador canadiense profesó: el uso
de los medios de comunicación. McLuhan (de quien se
hace referencia) consideró a estos como el folclore y la
cultura del hombre industrial, mencionando que, estos
artefactos creados, podrían determinar lo que pensamos
y literalmente, cómo pensamos; en esta hipótesis,
convertía al medio en el mensaje.
Esto es, a partir de una necesidad que podría considerarse
indispensable (la comunicación) el hombre formó sus
herramientas y luego ellas lo forman a él3. Dando lugar
a que la preocupación se centrara no en la construcción
de mensajes a intercambiar o compartir con la finalidad
de crear acuerdos, sino en lo que las tecnologías hacen,
en las transformaciones que provocan dentro de lo social.
De esta manera, se olvidó de sí para colocar sus
preocupaciones en algo externo, que más que externo
ha permitido que se convierta en una extensión de sí
mismo, cosa que se refleja en la alarmante preocupación
que genera la falta de un dispositivo de esta índole.
Sin embargo, un aparato u herramienta no posibilitan
la transmisión completa de una experiencia (que es lo
que se pretendía en un principio) produce en su defecto,
intercambios sistematizados de información, empuja al
hombre a pensar en cómo resolver situaciones que no se
complicaron nunca, por ejemplo: desarrolla un aparato
(computadora) que permite conectarse mediante una
red (Internet) en “tiempo real” con otros dispositivos de este tipo. Estos a su vez, albergan sistemas operativos
o plataformas específicas que posibilitan la interacción
entre dos personas que utilicen dichos mecanismos.
Para que estas plataformas sean factibles, tuvo que
llevarse a cabo una labor de invención a partir de lo ya
conocido por el hombre, es decir, para configurar una
realidad digital (llamada así porque permite ejecutar
una gran mayoría de acciones que se hacen en “el mundo
real”) desarrolló un sistema de símbolos icónicos que
permitieran “hacer cosas” a través de ellos, basándose
en los objetos diseñados para cubrir ciertas funciones en
el terreno físico o material. Por ejemplo, tomó un cesto
para depositar la basura cotidianamente, y generó una
representación visual en un sistema digital, para que
sirviera como deposito de todos los elementos (archivos)
creados digitalmente, que no se necesitaran más.
De la misma manera, dio acceso a comunicarse en
“tiempo real” con otras personas que usaran este recurso
a través de un programa que necesitara hacer uso de
la escritura; con el paso del tiempo, descubrió que no
bastaba la palabra escrita para que la “comunicación”
estuviera completa, por lo tanto, diseñó nuevos símbolos
que representaran la gesticulación del hombre al
conversar. Así un -¡Hola! No sería tan austero ni ambiguo
para su interpretación, si se acompañaba de uno de
estos íconos (la representación de un rostro sonriente),
transformando a ese ¡Hola! En un saludo amable y feliz.
Lo anterior demuestra lo mencionado párrafos anteriores,
que el uso del cuerpo, la voz, los gestos siguen siendo
una herramienta primordial para compartir de una
manera más completa y cercana una experiencia.
Además que permite la expontaneidad, aún y tratándose
de algo planificado u ensayado como la oratoria o el
teatro. Que por principio más que llevar a cabo un acto
de comunicación, pretenden transmitir, evocar, hacer
presente sentimientos y recuerdos de acontecimientos,
que permiten posteriormente (no siempre) reflexionar
sobre el tema, tomar una postura al respecto.
Ya en la antigua Grecia en tiempo de Aristóteles, el acto de
hablar en público para invitar a la reflexión, para deliberar
sobre alguna situación, aclarar una controversia, para
producir o acrecentar la adhesión de un auditorio a las
tesis que se presentaban, era una práctica de mucho
valor, que no requería de más instrumentos o artilugios
para llevarse a cabo que el propio cuerpo y la razón.
Esto demandaba por parte de los oradores, un estudio
previo sobre el auditorio al que debía dirigirse, para que
el fin de intercambiar ideas y llegar a un acuerdo tuviera
sentido. No se trataba de hablar sobre lo que ya se sabía,
sino que, a partir de los conocimientos previos pudiese
otorgar nuevas posturas, o bien un mejor conocimiento
del tema tratado o mejor conocimiento de los unos por
los otros.
La ventaja de sumergirse en un discurso oral y enfrentarse
a un público, otorga ventajas que ningún otro dispositivo
creado por el hombre pude lograr, la respuesta inmediata
acorde a la reacción del auditorio, es decir, mientras el
maestro, un cuenta cuentos, u hombre o mujer esta
hablando con alguien sobre algo, la persona o personas
que se encuentran escuchando, están leyendo más allá
de la voz, el discurso y, están asintiendo o bien mostrando
de manera gestual su desacuerdo a lo que se dice, en
este caso, el orador tiene la posibilidad de comprobar si
el propósito que busca está lográndose, o debe cambiar
en el momento la estrategia para que se cumpla.
Más allá del uso de la palabra o narración oral, la cual
retomaremos en un momento; se ha desarrollado una
disciplina que hace uso de los dispositivos creados para
la comunicación: la escritura, las imágenes, el color, que
son elementos que las personas han llenado de sentido
y valor a través del tiempo, importantes ahora para la
configuración de mensajes en el terreno visual; así como
también, hecha mano de los medios tecnológicos creados
para lograr una interacción más amplia en la sociedad.
Hablamos del Diseño Gráfico.
Vista la disciplina y los productos desarrollados por el ella
desde el terreno de la comunicación, son artificios creados
que pertenecen al grupo de los medios de comunicación
masiva, que afectan a una gran cantidad de personas,
con el fin de conseguir que estos hagan algo, comprar,
asistir, vender, ayudar, etc. Evaluada desde la perspectiva
de la retórica, que nace de esas deliberaciones públicas
que sostenían los griegos, los objetos creador por el
diseño, se convierten en herramientas extra corporales
que logran acercar una tesis a un auditorio, que no solo
es receptor sino también productor.
La retórica no se preocupa solo por lo que el dispositivo
diseñado hace con las personas, sino que, se interesa
por las intenciones previas a la construcción del mensaje
y su presentación ante un auditorio específico. Un cartel,
una etiqueta, un envase, un libro, se convierten en entes
que buscan la persuasión a través del discurso implícito
en su configuración, para lograr que quien lo atiende se
motive y haga algo.
Diseñar no significa solo construir o crear, no son los
objetos en sí mismo lo importante, sino las experiencias
que estos provocan a quienes están expuestos a él.
No está solo mostrando o transfiriendo información en
cada uno de sus componentes estéticos y lingüísticos,
sino que otorga un mensaje más completo. Son motivo
para configurar narraciones, así como portadores de
narraciones en su elaboración.
Es decir, cuando se diseña, se cuenta algo explícitamente
o con elementos implícitos que se descubren mediante
el proceso de interpretación o uso. Cómo los artefactos
nombrados en el texto, los productos del diseño gráfico
se ven limitados en la transmisión de una experiencia,
además que no es su finalidad. Lo que hacen, es
construir o tratar de reconstruir contextos, experiencias
que tengan sentido para el auditorio, con la desventaja
de que, no existe en este proceso una retroalimentación.
Por ello, se ve en el deber (quien hace diseño) de conocer
lo mejor posible, el tema a tratar y sobre todo, lo que el
público piensa respecto a él, de qué manera lo conoce,
que imágenes lo definen, que adjetivos, etc., para tratar
de provocar una reacción favorable según los objetivos
que se planten.
Cuando se narra, contrario a lo que hemos visto en el
diseño, sin una intención planeada, es decir un diálogo
que surge en tiempo real, nos permite ser protagonistas
o testigos. Y los factores que intervienen para captar la
atención de nuestro auditorio no radican en el buen o
mal conocimiento previo que se tenga sobre él, sino, en
consideraciones sobre el sistema de actuación, el uso
de la voz, el énfasis de las palabras, la perspicacia de
atender lo que se dice y las reacciones que se producen
durante la charla. No todos poseen en la misma medida
lo que puede llamarse el arte de narrar6.
La narración oral, establece una estrecha relación con el
que escucha, en comparación con la lectura, en la cual el
lector se pierde de sí dentro de la historia, olvidándose de las divisiones entre realidad-sueño-imaginación. Se
transporta de tal manera que puede llegar a convertirse
en el mismo personaje del cuento y transformar el
cuento en una vivencia, dónde no se necesita un escritor
o editor, sino simplemente él mismo.
El acto de leer pide un conocimiento previo, conocer el
sistema de signos que conforman la escritura, así como
también saber el significado de las palabras usadas en
el texto. Leer, definido como esa habilidad de reconocer
caracteres que conforman conceptos que significan, que
representan ideas, excluye a muchas personas de ser
partícipes de él.
Cuando un escritor se propone a configurar una historia,
no se preocupa tanto por quién o qué tipo de persona
pueda leer lo que está escribiendo (en la mayoría de los
casos, cuando no soy textos especializados) su interés
radica en estar haciendo uso de un estilo, de las palabras
adecuadas para nombrar las cosas, que describan, que
creen situaciones, se interesa también por las reglas
gramaticales, la ortografía y demás estatutos técnicos
que hacen “una buena escritura”.
Al momento de que una persona (ahora lector) se pone
en contacto con ese texto, lo que hace es tratar de
descubrir, la intención de escribir del autor a través de la
historia, obviamente esto no puede ser posible, ya que
para conocer la verdadera intención del autor, tendría
que ser el mismo escritor. A falta de ello, lo que el lector
hace es comprender lo que está leyendo con base en sus
propias experiencias, es así como cada historia, novela,
cuento, es única para cada lector, incluso para el mismo
lector en el acto de volver a leer.